HERMANA

Pescadita blanca, fibra intensa que me resuelve el vientre, hija de la noche, perdida, entusiasmada. Aurora de la carne que se pega en los ojos, se distiende y se ensancha como un océano de sangre. Hermana mía, hercúrea como un sablazo de jade, tu brazo de mástil, tu navegación en contrapicada, los gemidos en las tardes del matrimonio reciente, la luna de hiel, los tuétanos podridos. Rostro de mi rostro oculto, que me trazas entera en la sangre, paridas por el mismo llanto. Turgente boda de luz y sombra enmascarada, piel de mi piel adentro, en los tímpanos del sol, en las querellas mortecinas de la vieja casa derruida por el tiempo. Cascada de los besos, de los brazos, de las risas y la ebriedad primera, con la que el trato ingenuo de lo desalmado nos hizo buitres otoñales, busca-ojos, busca-raudas caricias enclaustradas. Retazo de mi misma adherida a los fonemas de la paz y el hambre, perpetua imagen de este cuerpo, eterna configuración de cuanto amo.