DIARIO DE CAMPO ESCORT MUTE

13.09.2012 03:21

Otra vez la rauda ciudad en la noche de viernes y los cuerpos desconcertados en busca de llenar el tiempo ¿qué es esta obsesión sino el deseo de llenar espacios y momentos con agitados devenires? ¿No es esta neurosis colectiva un afán por encontrar un modo de divertimento que aleje de la soledad definitiva que nos cargamos cada uno encima como un dato básico y fundamental? Se busca negar el momen

to crucial en que la existencia inquiere y pregunta sobre el ser del cuerpo, su sentido, su iluminación, su realidad. Entonces abren los cafés que se llenan de risas alocadas, música, licor, drogas, y la urgencia del encuentro se transmuta en consecución acelerada de "algo". No sabemos qué se quiere, pero sabemos que algo se quiere. Corremos precipitados por las discotecas, los cabarets, las calles de la prostitución, el juego, los casinos, la mentira del capital. Y en medio de ese agitado universo del Ello (la cosa, el objeto, lo que se experimenta como un "Otro" objetivable), donde no hay miradas que clarifiquen el ser en el mundo arrojado y solitario, el cuerpo como extensión, máquino, la cosa del deseo, lo que se vende, lo que se compra: Escort mute. 

Es la media noche y he salido con O. por la ciudad, vamos en un lujoso coche negro por las avenidas iluminadas. De repente una llamada, un servicio, y la noche se convierte en un nido de feria, un marketing que, a los ojos de muchos, resulta la oportunidad. Yo simplemente juego, mi deseo es estar en la médula de la experiencia de la prostitución, construir un sentido que desdiga los tópicos del servicio sexual, las mentiras, las falacias y los posibles sentidos ausentes, enterrados, que el macho heteronormativo encerró en el pretexto de la mercancía. Todos víctimas de todos, con la posibilidad de liberarse al destruir el dispositivo que secuestra el deseo y lo cierra sobre un vulgar programa. Obsesión del adueñamiento, pero, en el gran esquema de la producción, cuerpo a la venta, derrochado, ido.

Mi cliente está semidesnudo y me recibe. Como siempre se ha pactado previamente por teléfono para que no se mencione ninguna sílaba de mi parte, debo servir, me gusta servir. Creo que en mi cliente puedo ver a un camarada. Yo me resigno y miro perpleja y de reojo. Las cosas están en el más estricto orden, la fugacidad de la carne se suspende en una atmósfera de humo de cigarrillo y de aire de abanico eléctrico. ¿Dónde ha venido a parar el pudor? ¿Qué crimen se comete en el acto de darse a un precio? ¿Qué significa esta apuesta? Quizás esté al borde una locura genial, arrebatadora, mística, un furor erótico que no conoce nada más que la avalancha y la catástrofe. Un programa para la esquizofrenia, un camino para morir en el horror del sanatorio. No tengo miedo, esa destrucción inmanente opera como el gestor de mi anhelo. 

Todo se va en saliva, en contactos, el programa se retuerce en cada paso establecido. El sexo es un fragor incandescente, una rótula quebrada, un dios muerto que de repente es exhumado, un ídolo de los genitales. Sexo contundente, vendido. El tiempo se va como goteando por entre rendijas de la garganta llena y atravesada, completamente agredida hasta el fondo por el gran falo que todo lo obtiene. Es un estupor este contacto, me gusta, encuentro un placer que se corrompe en cada gesto. Soy una sierva del sexo, perversa. Esta experiencia me carcome el ánimo y me lanzo sin vergüenza en la ejecución de mi oficio de ramera: Escort Mute.