SOLECITA

 

Una empieza a sentir que la soledad no está contenta a partir de cosas simples, minúsculas. De repente, la estufa que era un derroche de calor no calma el frío. La cama se se hace extensa como un enorme estadio. La cafetera siempre tiene una tasa de más y en la lavadora sólo quedan nuestros propios calcetines para extender. Pequeños detalles, cosas de bajo rango, de poca valía lo manifiestan. No se come en casa, el fregadero dura limpio varios días, no hay un cenicero con colillas, ni pisadas sucias en los tapetes, y el baño, el baño, sí que está impecable. La batería del celular dura más horas, las llamadas son poco frecuentes, el tiempo se hace largo, las interpelaciones casi inexistentes. La lluvia no dice nada, la caminata de la tarde por la acera del centro apenas si entretiene, el cerro cubierto de neblina es como naturaleza muerta. Una se da cuenta que le hacen falta esas cosas que cansaban, estorbaban, jodían y que hacían que cada soledad fuera una fiesta.