PARAISO

para Janine Soenens

Cuando el sol se torna rojo, más rojo que la rojedad incendiaria de su propio seno, como un orzuelo en el ojo del malhechor ofuscado. Cuando el crimen ya no es crimen porque no hay voz que en su contra se levante. Cuando la nada interpela y se yergue majestuosa ante el rostro, me desplomo, me entrego, de mi ya nada vale. Cuando no basta el disparo, ni la negación, y la muerte no lo agota. Cuando el latido de mi corazón, cangrejo de la historia, se detiene ante la fosa que inauguró todos los cadalsos; mi pie se quiebra como un muleta sin uso, como un rotito de luz de concreto colmado. Cuando en la retina ya no hay luz, ni esperanza, ni hilos de la carne, sino sonrisas brillantes en el salón de la champagna y el verdugo se sirven pieles en el gran bufete, yo me detengo en el cero antes del cero, me parpadeo y quiero quedar para siempre de una vez en la existencia toda postergada.