DIARIO DE CAMPO ESCORT MUTE

13.09.2012 03:25

Ayer la ciudad amaneció iluminadísima, justo como si el verano se hubiese abalanzado sobre ella en picada contundente, canícula del sol, sudores en las frentes. Hervía la inmensa sabana gris y los cuerpos se fundían en el metro bus. Las ventanas se abrieron de par en par. Los abanicos eléctricos parecían llegar al paroxismo de su movimiento giratorio, raudo, desesperado. Estábamos todas metidas e

n el gran horno crematorio del verano defeño. Las lluvias estivales propias del altiplano se habían suspendido y los pluviometros habían descendido a una raya por debajo de cero. Calor, sopor, estridencias del verano. Suena el celular y atiendo, es Manu, español, gallego, de la Coruña. Hemos estado hablando acerca de un servicio de masaje. Es jueves canicular y yo regreso de la escuela con las lecturas de Deleuze encaramadas en la mente, me ronda Artaud y ese modo tan intenso e impulsivo que lo devoró todo entero en vida, los Taraumaras, el jonky, la anoréxica, el sadomasoquista. Manu plantea una tarifa por minuto a la que yo accedo. Se trata simplememte de un masaje, no considera necesario un contacto más contundente. De mis manos empiezan a brotar plumas, son pichones de pájaro, se aprestan para el vuelo sobre el aire de la dermis. Reconsidero la acción en el acto de deliberación que se implica en la respuesta de un sí, un acuerdo. Manú y yo estaremos en la tarde en ESCORT MUTE. 

Manu me ha pedido encontrarnos en el sótano de un parqueadero cerca a su casa. Allí me encuentro a la hora indicada, el calor ha descendido, la ciudad sigue rauda en la tarde de jueves intenso de luz. Está el coche, lentamente se acerca, abre la puerta y salimos. Luego descendemos por una calle concurrida hasta llegar a Reforma, la gran avenida de la ciudad. Giramos y descendemos nuevamente por una rambla. Tomamos un ascensor. Subimos hasta el piso 7 y al entrar al apartamento vamos a una especie de consultorio donde hay una camilla. Manu se quita la ropa inmediatamente, yo le secundo. Se tiende y mientras, mi manos ya son aves migratorias que emprenden vuelo sobre el tacto. Su cuerpo es perfecto, atlético, su piel está firme, sus poros son consistentes y sanos. Sus nalgas están perfectamente tonificadas, altas, como montañas curvas, vellosas, y el ano se percibe ligeramente entre ellas. Me subo sobre su cuerpo y comienzo a discurrir en la espalda con mis dedos que se deslizan sin pudor, apretando, presionando con la tenacidad y la discreción adecuada para crear el efecto de distensión, placer-dolor. Lo se hacer, me muevo viscosa, me atareo de piel, me desbordo en sentires. Rompo en silenciosos espasmos. Toda esta carga de la piel, las piernas bien torneadas, exquisitamente viriles que abrazo como si se tratara de un trozo de carne para untar sobre el cuerpo. Me recuesto sobre su espalda, me levanto, bajo, subo, despierto los sentires, los besos aparecen. Todo se adueña de lo que no somos. Sus brazos se quiebran detrás de mi sexo, los dos empuñamos las armas, se tienden en el piso las coartadas. Las mutilaciones de las intenciones primeras dejan desperdicios de voluntad regadas por todas partes ¿Dónde estamos? ESCORT MUTE.

Todo desaparece en el intento místico de una entrega fundamental en el comercio desalmado, intenso, laberíntico ¿Dónde está todo ese cadavérico relato del deseo psicoanálitico? Cuando no se desea la cura sino que la locura es la única pretensión posible, extrañamente locura decida, búsqueda decidida de la ezquisofrenia ¿cuál es la contrapartida de un cuerpo que se ejecuta en una práctica sexual completamente estrangulada por el vicio? Toda la piel y toda la saliva invertidas, vertidas, exvertidas en un contacto fetichista que acelera el ritmo cardíaco: objeto, cosa, nada más amable que la anulación de la voluntad y la pérdida del criterio, anegamiento de la piel, trasnochos irrenunciables del deseo, ESCORT MUTE.